Más allá de lo que
ves
Hacia la
Inteligencia Emocional
Por Lic. Karina Blanco.
Maestría Gerencia de la Comunicación Organizacional
Escena recurrente: reunión de egresados universitarios.
Conversación: ¿qué será de la vida del
compañero que quedó de primer lugar en la promoción? Sin duda era muy
inteligente. Reflexión: debe estar teniendo mucho éxito…o, quizás no.
Si es una persona muy
inteligente, ¿qué nos puede llevar a poner en tela de juicio su éxito?
Las nuevas reglas gerenciales nos dicen, que la preparación
académica por si sola tiene poca relevancia para alcanzar un desempeño exitoso
en cualquiera que sea la especialidad en la que trabajemos. La inteligencia, es
cierto, nos brinda la capacidad de relacionar los conocimientos que poseemos
para resolver determinada situación.
Por ejemplo, si a una persona se le
plantea pintar una pared; la persona seleccionará los instrumentos que cree
necesario para pintarla de acuerdo con los conocimientos que ya posee. Puede
hacerlo con una brocha, con un rodillo, o quizás contratar a alguien más para
que lo haga.
Diríamos entonces que es una persona inteligente, que piensa
y analiza, y tal afirmación sería correcta pues son funciones que el cerebro
humano hace. Ahora bien, en el cerebro humano también están los instintos, las
emociones, y el gran desafío para los hombres exitosos, es lograr coherencia
entre ambas funciones. Es decir que la emoción y el pensamiento vayan en la misma dirección.
“Las emociones descontroladas
pueden hacer tonto al inteligente”. Anónimo
¿Qué son las emociones?.-
Etimológicamente, el término emoción viene del latín emotĭo, que significa
"movimiento o impulso", "aquello que te mueve hacia". En psicología se define como aquel sentimiento o percepción de los elementos y relaciones de la realidad o la imaginación, que se expresa físicamente mediante alguna función fisiológica como reacciones faciales o pulso cardíaco, e incluye reacciones de conducta como la agresividad, el llanto.
Partiendo de esta
definición, vayamos un poco a la práctica y tomemos por ejemplo una vivencia
personal.
En los días que aprendía a manejar carro sincrónico,
recuerdo que uno de mis principales temores era llevar el carro hacia una vía en
subida, tan solo la idea que el carro se fuera hacia atrás me aterraba. Ya
sabía todo lo que tenía que hacer, podría decir que mi conocimiento era
completo, había estudiado, analizado y razonado la escena. Sin embargo, cuando el
momento llegó (aunque reconozco que no había tal subida) las emociones me
dominaron y terminé en descontrol absoluto, mi bloqueo se expresó en llanto.
Me pregunto, ¿dejé
de ser inteligente, significó esto que no estudié lo suficiente?. Para nada.
Simplemente no tuve control de mis emociones. Cuando trasladamos esto al campo
laboral sucede igual, a un individuo o a un grupo. Nos encontramos entonces con
ambientes de trabajo donde se convive entre los dos extremos, personas con aptitudes
puramente cognitivas como el razonamiento analítico o la pericia técnica, donde
“se lo saben todo” pero no se expresan o establecen relaciones interpersonales.
O desde el otro extremo, personas altamente emotivas, que todo lo llevan a
través de sus impulsos manejando sus conflictos que terminan en gritos, llantos etc.
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Bajo esta perspectiva, el psicólogo Daniel Goleman nos define la Inteligencia Emocional, como la capacidad que tenemos los seres
humanos de reconocer los sentimientos propios y los demás, para así manejar
bien nuestras emociones y tener relaciones más productivas con quienes nos
rodean. Goleman nos invita hacer una combinación a lo que llamó “aptitudes
emocionales”, pensamiento y sentimiento. Esto es posible gracias a un manejo de
neuronas que conecta los lóbulos prefrontales (el centro de decisiones
ejecutivas del cerebro), con una zona profunda del cerebro que alberga nuestras
emociones.
Trasladándonos al campo laboral, nos encontramos con un mundo
sumamente cambiante, donde no solo se evalúa a la persona por su preparación y
la experiencia, sino como se relaciona consigo mismo y con los demás. Con este
panorama hoy se hace fundamental reconciliar nuestros hemisferios. Así como en
la vida no es todo blanco y negro igual sucede con nuestras experiencias, al
sumar ambas habilidades tendremos la posibilidad de ver muchas perspectivas de
una sola situación. Obteniendo ventaja competitiva al aplicar nuestras emociones de manera
inteligente.
Mucho se nos dice que necesitamos herramientas para
conocernos a nosotros mismos y de esta manera entender a los demás, pero no
siempre entendemos cómo se hace esto.
“Cuanto más abiertos estemos hacia nuestros propios
sentimientos, mejor podremos leer los sentimientos de los demás”. Daniel
Goleman.
Hagamos una revisión
interna, cómo nos sentimos respecto a las cosas, las actitudes, cómo piensas
tú, como lo sientes tú. Solo una vez que logramos desnudarnos emocionalmente
podemos ir distinguiendo entre nuestra forma de ver las cosas y la forma de ver
de los demás.
*Recientes investigaciones
están descubriendo que enseñar habilidades sociales y emocionales a los niños
desde que tienen cinco años hasta la universidad resulta muy eficaz, los vuelve
mucho más cívicos, mucho mejores estudiantes. Ayudarlos a gestionar mejor sus
emociones significa que pueden aprender mejor para que sean personas buenas y
felices*
¡Hay buenas noticias!
Aunque los que me leen al igual que yo, ya estamos en una
etapa adulta, no debemos preocuparnos... resulta que la inteligencia emocional la podemos
crear, alimentar y fortalecer a través de los años. A partir nuestros
conocimientos, a medida que avanzamos por la vida y aprendemos de nuestras
experiencias tenemos mayor oportunidad de gestionar nuestras emociones,
modificar nuestra manera de pensar, subir el autoestima para lidiar con los
vecinos, con el compañero de trabajo, planificar y realizar de manera satisfactoria
nuestra vida. Conocernos es la clave. Adelante!
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